En una audiencia a los párrocos de su diócesis, ya que Francisco es obispo de Roma, el Pontífice contó la historia del padre Aristide, un anciano sacerdote de la parroquia del Santísimo Sacramento de Buenos Aires (Argentina), quien era muy conocido por ser un gran confesor.
El Papa dijo que cuando se enteró de su muerte fue a comprar flores y las colocó al lado del féretro. Él no pudo resistirse al ver la cruz del rosario del sacerdote y “poco a poco” y sin ser visto la arrancó y se la metió en el bolsillo.
“Cuando me viene un mal pensamiento sobre alguien me llevo siempre la mano al pecho para tocar esa cruz”, exclamó.

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